Las profundidades marinas ocultan misterios que pueden determinar el devenir del planeta. Sus aguas viajan por todo el planeta, y llevan con ellas todo el conocimiento que aporta una experiencia de 700 años. Cada molécula de H2O es capaz de recordar las circunstancias climáticas de tiempos remotos y, como un oráculo, predecir cuáles serán las condiciones atmosféricas en las que vivirán las generaciones venideras.
Si las ninfas griegas cuidaban de jardines hermosos y remotos, los científicos que, capitaneados por el Centro Superior de Investigaciones Científicas español, subirán a bordo del buque oceanográfico Hespérides el próximo 5 de abril en la costa brasileña, intentarán desentrañar el papel que el inmenso y desconocido jardín submarino tiene en el cambio climático. Es el trabajo de campo dentro de la campaña ‘Memoria Oceánica del Clima’, MOC2.
La travesía durará 42 días, y recorrerá el océano desde Fortaleza, al noreste de Brasil, hasta Mindelo, en Cabo Verde. Durante ese mes y medio los investigadores recogerán muestras de más de 300 puntos, y analizarán su temperatura y salinidad. También lanzarán 14 boyas instrumentadas al mar, que proporcionarán datos sobre las corrientes de los vientos y marinas, las olas y la temperatura y salinidad de las aguas intermedias, a unos 100 metros de profundidad, durante los próximos dos años.
El océano es un elemento en constante transformación. El agua no permanece, sino que recorre una y otra vez el globo, en corrientes cíclicas que transportan calor, nutrientes, carbono y agua dulce. La Cinta Transportadora Global o Bucle Latitudinal (Meridional Overturning Circulation, MOC, en sus siglas en inglés) es el medio de transporte de las propiedades que cada molécula de H2O acumula a lo largo de su eterna existencia.
El Atlántico ecuatorial, piedra angular de la memoria oceánica
En el Océano Atlántico, el agua es más salada en la superficie, y por lo tanto más densa en la superficie que en profundidad. En principio, eso debería provocar que se hundiera, y flotaran las aguas menos densas. Sin embargo, su temperatura más elevada facilita su permanencia en niveles superiores.
En el invierno de ambos hemisferios, sin embargo, esta agua se enfría y se hunde. José Luís Pelegrí, director de la campaña MOC2 del CSIC, describe este fenómeno como "el bombeo del corazón, cuyos ventrículos expulsan la sangre, que recorre el organismo para volver a la aurícula". En el océano, la aurícula es el Atlántico ecuatorial, al que vuelven las aguas que han viajado hasta los polos, en un ciclo que dura unos 600 ó 700 años.
Durante su travesía, el agua atraviesa diversas profundidades, mayores a más altas latitudes, y vuelve a la superficie a la altura del ecuador. "El agua que en el Atlántico ecuatorial se encuentra a 1.000 metros de profundidad ha estado sumergida a -4.000 ó -5.000 metros", explica Pelegrí. A su regreso, es el momento de recoger los datos que ha acumulado, que ‘recuerdan’ las condiciones climáticas a las que estaba sometido el planeta cuando el líquido inició su odisea. El propósito de MOC2 es analizar la información sobre el contenido de carbono de la atmósfera o la temperatura, entre otros datos, contenida en las moléculas que tornan a la zona comprendida entre Suramérica y África.
"A pequeña escala, es la atmósfera la que controla el clima, pero si hablamos de decenas o centenares de años, es el océano quien decide los cambios", aclara el científico, y matiza: "Se necesita más calor para calentar un litro de agua que para un litro de aire".
Vivimos en una época interglaciar, en la que se forman más aguas profundas -40 millones de centímetros cúbicos cada segundo, "el equivalente a todas las represas de Cataluña", según Pelegrí- y el circuito es mucho más rápido. El agua más fría tiene mayor capacidad para absorber el calor, por lo que esta intensificación del ciclo supone el calentamiento del planeta.
El agua fría, además, es más rica en carbono. El CO2 es el principal responsable de la elevación de la temperatura atmosférica. "El hombre no es el único responsable del cambio climático, pero la emisión de gases de efecto invernadero rompe el ciclo natural del planeta", explica el director de MOC2, "es la acción antropogénica la que hay que frenar".
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