Málaga pierde masa forestal y agrícola a un ritmo que en otra época se hubiera identificado con poco menos que el apocalipsis. Entre 2003 y 2007, periodo de esplendor inmobiliario, fueron 10.000 hectáreas, casi todas ellas situadas en la Costa del Sol.
El dato forma parte de las conclusiones del informe del Observatorio Provincial de Sostenibilidad de la Diputación de Málaga correspondiente a 2009, que analiza el estado del patrimonio ambiental y reconoce a la erosión como uno de los problemas más acuciantes de la zona. Ya no es cuestión de iluminados, lo dice la estadística. La pujanza de la construcción acabó en sólo diez años con 5.079 hectáreas dedicadas a la agricultura, a las que se unen las pertenecientes al bosque, que equivalen a 881 campos de fútbol.
Los efectos no hay que buscarlos en el futuro. Es lo que el diputado Miguel Esteban, que presentó ayer el estudio junto al coordinador del organismo, Saturnino Moreno, denominan la resaca del ladrillo. La vegetación de la provincia se muestra ya incapaz de absorber más del diez por ciento de las emisiones contaminantes de Málaga. Según los cálculos del informe, se necesitarían 9,63 provincias para contener los gases del efecto invernadero, que durante 2009 apenas se redujeron en un 1,8 por ciento, a pesar del descenso de la actividad económica.
La cantidad no es ninguna fruslería. Se ha bajado, sí, pero el volumen es de 9,45 millones de toneladas de dióxido de carbono. La mayoría, el 74,1 por ciento, procede del tráfico y del consumo de energía eléctrica, que se rebajó en un 7,7 por ciento, pero sigue por encima de los objetivos marcados por la Unión Europea.
La lectura es inevitable. Las reducciones se deben fundamentalmente a la caída de la economía, según Miguel Esteban, y no a los esfuerzos por encabalgar un nuevo modelo económico. A la urbanización desinhibida, que ha acabado por ocupar el 47 por ciento del primer kilómetro de playa de la provincia, lo que, señaló el diputado, compromete los reclamos de la industria turística, se une el abuso de pesticidas o abonos químicos, la pérdida de suelo del olivar, la extensión de los incendios –que en 2009 pasaron de 28 a 68–y la sobreexplotación y contaminación de los acuíferos.
En este punto, el del agua, el informe ofrece datos que no dejan, precisamente, bien parada a la provincia. Málaga se convirtió en 2008 en el punto de Andalucía con mayor volumen de carga contaminante en el litoral, 122,57 millones de metros cúbicos, aunque, eso sí, encabezó la lista regional en uso de aguas recicladas.
En cuanto a la calidad de los recursos hídricos, poco que decir que no lleve una crítica aparejada. El 28 por ciento de las aguas superficiales de Málaga no alcanzará el buen estado que reclama la Unión Europea para 2015, porcentaje que se eleva al 43 en el caso de los acuíferos.
Otro punto que destaca el estudio es el que se refiere a la depuración. Málaga computa 60 estaciones pero, en consonancia con su volumen de población, requiere la construcción de otras cuarenta. De nuevo, son los números los que hablan: a pesar de que las instalaciones cubren el 76,8 por ciento de la población, un total de 45 municipios prosiguen sin depurar sus aguas y los puntos más débiles se localizan en zonas como Nerja y diferentes puntos de la comarca de Antequera y del Guadalhorce. «Irremediablemente tenemos que cambiar hacia un modelo sostenible, peligran los recursos, y por lo tanto, la economía», indicó Esteban.
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