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Hablar de bosques en el Alto Deba significa hablar de pinares. Las plantaciones de coníferas foráneas, fundamentalmente de pino insignis, alfombran el setenta por ciento de nuestros montes. Sólo las comarcas vizcaínas de Arratia-Nervión (72,8%), Durangaldea (79,8%) y Markina-Ondarroa (79,1%) superan en densidad de coníferas al Alto Deba. Ninguna otra comarca guipuzcoana alberga una mayor proporción de pinares. El Bajo Deba se le aproxima con un 65,8% y el Goierri se queda bastante atrás con un 55,4%.
El último Inventario Forestal del País Vasco, elaborado en 2005, cifra en 24.943 las hectáreas de superficie arbolada existentes en el Alto Deba (566 más que en el anterior inventario de 1996).
El 69,5% (17.430 hectáreas) de toda esa masa forestal corresponde a plantaciones de distintas especies de coníferas, entre las que prevalece de forma absoluta las de pino insignis con una extensión total de 12.948 hectáreas. Las frondosas ocupan un modesto 35,5% (7.602 hectáreas) de los bosques de la comarca.
Este desequilibrio es particularmente acusado en Bergara, donde las coníferas pueblan el 82% de las 5.053 hectáreas de superficie arbolada del término municipal. En el extremo opuesto se encuentra Leintz-Gatzaga, donde la titularidad municipal de importantes extensiones forestales ha propiciado la conservación de los bosques autóctonos caducifolios. Hayedos, robledales, alisales... y frondosas en general abarcan 791 (64,5%) de las 1.227 hectáreas de bosque del municipio. A la preservación de esta masa forestal autóctona contribuyó decisivamente de declaración de 'montes de utilidad pública' con que el Estado ha protegido históricamente las cabeceras de los ríos como fuente de suministro de madera y también de regulación del agua.
El predominio de las coníferas, con el pino insignis a la cabeza a mucha distancia, es también patente en Arrasate. El 68,7% de sus 2.298 hectáreas de bosque están pobladas por especies forestales de hoja perenne, y sólo 720 hectáreas están cubiertas por frondosas.
Oñati, que con 8.052 hectáreas posee los bosques más extensos de la comarca, mantiene su población de coníferas en un 66%, mientras que esta proporción se reduce a un 63% en Eskoriatza y a un 61,5% en Aretxabaleta.
El predominio de las coníferas en general, y del pino insignis en particular, continúa siendo a día de hoy incontestable en el Alto Deba, pero los datos de los últimos inventarios forestales evidencian una progresiva tendencia a la baja. La superficie forestal total del Alto Deba se incrementó en 566 hectáreas entre 1996 y 2005, pero paradójicamente, la población de coníferas se redujo del 72,2% al 69,5% en el mismo periodo. Este declive es una tendencia común a toda la comarca pero con caídas apreciables en Aretxabaleta (del 67% al 61,5%) o Bergara (del 86,1% al 82%).
El 'oro verde'
Son los primeros indicios de agotamiento de lo que en un tiempo se vino en llamar el 'oro verde'. La explotación forestal del pino insignis, cuyas primeras plantaciones datan de los años 50 y 60 del siglo pasado, ha procurado importantes cotas de prosperidad económica a baserritarras y propietarios forestales. Y hay también quien sostiene que esa riqueza contribuyó a financiar la inversión fundacional de varias actividades económicas e industriales. Pero atrás quedaron los tiempos en que, según se decía, una hectárea de pinar reportaba el beneficio suficiente para adquirir un piso.
La rentabilidad económica de los bosques de pino insignis alcanzaría su cénit en la década de los 90, coincidiendo con la óptima madurez de las plantaciones realizadas en los 50 y 60. El guardabosques foral Fermín Lezeta recuerda que entonces «se llegaron a pagar hasta 20.000 pesetas (120,20 euros) por metro cúbico de madera». Hoy día, el mismo material se paga a 40 euros «en el mejor de los casos».
Del 'oro verde' se ha pasado a una época en que «las tareas forestales cuestan más que el valor de la madera», advertía Lezeta. Los propietarios que desaprovecharon las 'vacas gordas' de los 90, con la esperanza quizá de precios aún más altos, se encuentran ahora con plantaciones cuyo valor mengua a medida que envejece la madera, y cuya tala resulta en estos momentos económicamente poco menos que ruinosa. Para ayudar a estos casos, la Diputación ha instituido un programa de subvenciones.
El guardabosques Lezeta explicaba que la bonanza de los años 90 fue originada por la enorme demanda de madera procedente del sur y del Levante español. Pero aquel boom terminó, y la dura competencia de los productores chilenos y europeos del norte y del este, empezó a ahogar a los pequeños productores locales. Para empeorar las cosas, las empresas papeleras «pagan la madera al mismo precio que hace 20 años» y 2 huracanes consecutivos en una década han inundado el mercado de madera barata proveniente de las Landas.
Fractura generacional
El sector local de la silvicultura, disperso, familiar y poco competitivo, se enfrenta además a una fractura generacional. Lezeta aseguraba que por lo general «son los propietarios mayores de 50 años los que siguen plantando pinos». La generación más joven no está por la labor de dedicar todo su tiempo libre a limpiar y cuidar el monte, sobre todo cuando ha desaparecido el incentivo económico. Plantar una hectárea de pino supone invertir unos 3.000 euros, conlleva constantes labores de mantenimiento y limpieza y, como cualquier actividad agrícola, está expuesto a que la climatología arruine el cultivo. «Antes, a los 10 o 15 años, se hacía la primera entresacaba y el propietario recibía su recompensa embolsándose algún dinero. Ahora, no sólo no gana, sino que pierde dinero» decía Lezeta. Quien sí gana es la naturaleza, que vuelve por sus fueros por entre los pinares desatendidos, propiciando un ecosistema cuya diversidad faunística, con varios tipos de aves, corzos, jabalíes... sorprende incluso a los expertos.
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06 febrero 2011
Montes del Alto Deba
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