A continuación transcribimos el artículo completo aparecido en la sección
Magazine de
La Vanguardia, cuyo autor, Antonio Cerrillo, expone muy apropiadamente los mayores problemas que tiene el sector forestal en España, y por ende nuestros bosques, así como qué actuaciones se podrían llevar a cabo para paliarlos en gran medida.
Un artículo muy recomendable.
Lo que el fuego esconde
Antonio Cerrillo
Magazine | 02/11/2012 - La Vanguardia.com
El avance colonizador del bosque en detrimento de los campos de cultivo abandonados, la desaparición de la ganadería extensiva que mantenía a raya el sotobosque y el abandono de las actividades silvícolas explican la enorme vulnerabilidad de los bosques españoles a los incendios. Este año se han vuelto a sufrir las consecuencias: hasta octubre ardieron 198.000 hectáreas, casi el doble de la media anual del último decenio (105.390). Pasado el verano, es el momento de analizar el porqué de esta tragedia repetida y de plantear soluciones.
Una sociedad cada vez más urbana ha dado la espalda a las actividades agrícolas y ganaderas, con lo que las zonas forestales han ido ganando terreno de manera desordenada, caótica. El resultado son masas boscosas continuas, amorfas y sin gestión, donde se acumula el combustible y la falta de planificación ha dejado los municipios sin espacios intermedios o cuarteados, sin ese mosaico de usos que puede evitar el avance del fuego en caso de producirse.
La economía del mundo forestal está desplomada. Los aprovechamientos de sus recursos (madera, leña, astillas…) son mínimos, y la falta de población que trabaje y viva del bosque y esté implicada en su conservación ha dejado esta parte del territorio sin guardianes. La sociedad española ha dado la espalda a los montes de una manera tan insensata que las consecuencias son una catástrofe cada verano. Los modos de vida rural han imitado el mundo urbano, y se han roto raíces culturales que ayudaban a favorecer la gestión. Así, municipios situados en zonas forestales ven el gas canalizado como un signo de modernidad (frente a la leña), y grandes propietarios de bosques abastecen sus casas con fuel –utilizan una energía que ha viajado 4.000 kilómetros desde Oriente Medio–, mientras la finca almacena año tras año un combustible en forma de leña y cuya acumulación en el terreno condena a la propiedad a ser algún día pasto de las llamas. “Además, dedicamos más recursos a la extinción de incendios que a las políticas forestales, con lo cual aún se produce, cada año, más acumulación de combustible”, dice Francisco Cano, presidente de la Asociación de Profesionales Forestales. “El fuego –se lamenta– se ha convertido en el mayor gestor del territorio. El incendio es el resultado lógico de toda esa falta de políticas”.
Lo mismo piensa Alberto Sáez Serrano, abogado y alcalde popular del municipio valenciano de Cortés de Pallás (Valencia), que vio arder su pueblo el 28 de junio en el peor incendio del verano en España. “El campo se abandona. Las nuevas generaciones no tienen intención de seguir cultivando estas tierras. Sólo quedan el almendro y el olivo para el consumo propio. Lo más grave es que en los incendios hemos visto que un campo abandonado se convierte en un reguero de pólvora. Los campos más abandonados han actuado de correa de transmisión del fuego”, señala.
El alcalde está convencido de que “si no sacamos provecho del monte y generamos una estructura económica que permita al menos su mantenimiento, estaremos abocados a que dentro de cinco, diez o quince años suframos otra tragedia igual”.
El fuego siempre se ha dado en los bosques españoles. Ha sido frecuente su uso para quemar rastrojos o hacer limpiezas agrícolas, y se suceden las imprudencias. El problema es que el pequeño porcentaje de incendios catastróficos causa más del 50% de los daños. Porque el bosque se ha convertido en un polvorín. “A diferencia de hace 50 años, es un bosque más peligroso, porque tiene árboles jóvenes mezclados con matorrales cargados con un gran número de ramitas secas y combustible fino, que favorece un fuego intenso que se propaga con gran rapidez y se alimenta continuamente del monte seco”, explica Mariano Torre, jefe del servicio provincial de medio ambiente de la Junta de Castilla-León. Sólo hace falta que se den condiciones meteorológicas críticas (viento, baja humedad, olas de calor) para que se registren incendios explosivos. La sequía prolongada, la gran cantidad de vegetación vulnerable y las olas de calor sucesivas en los meses estivales explican el impacto de los grandes incendios de este año, dice Begoña Nieto, directora general de Desarrollo Rural y Política Forestal del Gobierno.
“La solución pasa necesariamente por manejar el paisaje, gestionar el territorio, porque, de lo contrario, siempre tendremos una bomba a punto de estallar. Es necesario estructurar una vegetación que reduzca el riesgo; garantizar una economía forestal, porque así la población tendrá más interés en que el bosque no se queme”, señala Mariano Torre. Las poblaciones rurales cuyo sustento y actividad económica están relacionados con la conservación de los bosques (Soria, Segovia, Navarra...) son las que más contribuyen a su preservación, se esmeran en lograr esa “estructura forestal de menor riesgo” y registran menos descuidos y accidentes.
“La economía del bosque existe, aunque en niveles bajos; pero es reactivable; y no es complicado”, afirma optimista Rossend Castelló, presidente del Consorcio Forestal de Catalunya, que agrupa a los propietarios de fincas. “Lo que hay que hacer es explotarlo; sacar el combustible. ¿Cómo? Usando la madera”, sentencia. En Catalunya, por ejemplo, el bosque acumula cada año 3,5 millones de metros cúbicos de biomasa, y sólo se aprovechan 0,8 millones; se calcula que se podría aumentar fácilmente esta cifra por encima de 1,5 millones si creciera el consumo de madera y de biomasa forestal y mediante un pequeño aumento en el precio.
“Nuestra propuesta es recuperar el bosque como actividad productiva, porque, pese al abandono del mundo agrícola y ganadero, hay muchas oportunidades”, asegura Joan Rovira, vicepresidente de la Confederación Española de Silvicultores. El camino está por recorrer: falta una industria que cree valor añadido a esa madera.
En los últimos años, ha habido un notable retroceso en el consumo de las materias primas forestales (madera para embalaje y construcción, para fabricación de tablero y pasta de papel); el suministro viene impuesto por la estandarización y la facilidad de comercialización de las grandes industrias y las cooperativas escandinavas. Sólo en Cataluña se cerraron las fábricas de celulosa de Torras Hostench (en Sarrià de Ter) y de Impacsa (en Balaguer); ha desaparecido la industria papelera; apenas hay aserradoras para la construcción (que fabriquen puertas, parquet o mobiliario), y el 90% de la producción va a fabricar palés y embalajes de madera para el transporte de mercancías. El 70% de la madera que se consume en España se importa. En la cornisa cantábrica, el autoabastecimiento puede alcanzar el 50%; pero en Cataluña, por ejemplo, el 80% procede de fuera de la comunidad, recuerda Rovira.
“Debemos consumir madera de proximidad, de kilómetro cero –dice Francisco Cano–. Llegan productos forestales de 3.500 kilómetros de distancia. La mayor parte de la madera procede de los países nórdicos. Es lamentable desde un punto de vista ecológico y económico. Debemos usar nuestra madera, nuestra biomasa, nuestro corcho, consumir nuestros árboles de Navidad, piñones y setas, para lograr que la riqueza forestal revierta en la mejora de nuestros bosques”.
Para hacer el bosque más productivo se necesita llevar a cabo tareas de aclarado y talas selectivas, organizar bosques con menos árboles, de más calidad, más gruesos y más sanos para que la madera sea más apreciada en el mercado.
El mundo forestal deposita grandes esperanzas en el aprovechamiento de la madera para usos energéticos. La biomasa forestal se puede emplear como combustible para las plantas de producción de electricidad, y los restos vegetales y los subproductos de las aserradoras también pueden convertirse en astillas para alimentar calderas para calefacción y para obtener agua caliente para cocinas y baños. “Los aprovechamientos energéticos son básicos para dar un valor a estos subproductos y para que las explotaciones sean rentables”, dice Joan Rovira.
Las expectativas de construir plantas de producción eléctrica, sin embargo, se han venido abajo. Se necesita la ayuda de las primas que venía garantizando el Gobierno (con una retribución adecuada en la tarifa para este modo de producción renovable); pero su decisión de congelar las subvenciones a estas fuentes de energía suscita grandes incertidumbres. La paradoja es que España exporta astillas a Cerdeña para ser consumidas en plantas de electricidad que se benefician de las primas fijadas por el Gobierno italiano.
Más maduro está el mercado para producir agua caliente (para usar en baños), pues han empezado a recurrir a esta opción grandes instalaciones (hoteles, restaurantes, casas de colonias o casas de campo) y puede extenderse a ámbitos domésticos más reducidos, ya que el coste del combustible es una cuarta parte del que supone el gasóleo. Las calderas que usan 2,5 toneladas de biomasa al año, con un coste de 250 euros al año, tienen el mismo aporte calorífico que la calefacción alimentada con un gasóleo que ha costado 1.000 euros. La inversión de una caldera pequeña (suelen costar 2.500 o 3.000 euros, aunque las hay de hasta 16.000) puede amortizarse en tres o cuatro años.
Rossend Castelló aboga por fomentar las inversiones en calderas de biomasa para reducir la dependencia de los combustibles fósiles y propone que las administraciones fijen una línea de avales para que empresas e instituciones puedan hacer la inversión. Se trataría de favorecer sobre todo a empresas que, pese a tener beneficios y estar saneadas, tienen problemas para obtener préstamos, pero devolverían el crédito gracias al ahorro económico que obtendrían con el cambio de combustible. “Debemos incentivar el consumo de biomasa con este tipo de fórmulas. Y las administraciones lo podrían hacer en escuelas, ayuntamientos y otros edificios públicos”, dice Castelló.
“El monte rentable no arde”, sintetiza Carlos del Álamo, decano del Colegio de Ingenieros de Montes, firme partidario de incentivar con primas la producción forestal para producir electricidad y de que la sociedad reconozca y compense los servicios ambientales de los bosques (filtran el agua, evitan la erosión, fijan CO2, mitigan el calentamiento, dan recreo…). Cree que fórmulas como conceder desgravaciones a los particulares por hacer donativos para la conservación de los bosques, entre otras ventajas fiscales, pueden contribuir a valorar todo lo que el fuego esconde.