El siguiente artículo ha sido publicado en SEO/Birdlife
Desde el asombro, expongo aquí un pequeño catálogo de reflexiones imprecisas. Sí, empiezo por manifestar asombro. Y continúo por confesar no saber muy bien que añadir. Porque cada vez me cuesta más tener que justificar lo evidente en la defensa de nuestros montes públicos.
Me estoy refiriendo a la noticia, aparecida hace días en prensa, de que algunas autoridades autonómicas estarían acariciando poner en marcha un remedo de nueva desamortización. Vender unos cuantos de esos montes públicos, siempre pocos, que son de todos. Vender, precisamente, aquellos declarados de utilidad pública. Aquellos a los que hemos reconocido, hace siglos por cierto, que contienen valores y aportan servicios a toda la sociedad como para justificar, en un ya lejano día y en un momento complejo, el que se mantuvieran como patrimonio público común.
Se pretendería abrir un nuevo proceso de venta de bienes públicos, inmolados ante el altar de las sucesivas ofrendas a la siempre oportuna crisis, y con la vista puesta en una, más que parcial y puntual en realidad virtual, mejora en la capacidad financiera para algunas administraciones.
Y ante eso,…. ¿Qué decir?
Para empezar, probablemente no sea yo el más objetivo para comentar la cuestión. Sin probablemente, no lo soy. Por no andarme con rodeos, este tipo de cosas son de las que no me caben en la cabeza. Y no es que me sorprenda. No es que me enfade. Es peor, es que, sencillamente, me deprimo. Me deprime pensar que haya cabezas bien pensantes que, visto lo visto, puedan entender como solución para “no sé qué” vender nuestro, exiguo insisto, patrimonio público forestal común.
Obvia y afortunadamente, medio mundo ha salido en cascada a criticar la idea. Algún periodista incluso le ha llamado la atención la aparentemente sorprendente identidad de criterio entre forestales y ecologistas. A mí no. Una cosa es tener alguna orientación distinta respecto de las formas y las maneras, y otra no compartir la esencia del fondo. A estas alturas, tras quince días de manifiestos, posicionamientos, y movimientos en las redes sociales, lo que sí me llama la atención es que no he encontrado, y lo he buscado, un solo defensor de tan peregrina idea. Pero la idea sigue por ahí, zumbando esquiva en las redes sociales, escrita subliminalmente con palabras limadas en algún documento oficial, asociada a voces en las que algunos creen oír dobles y triples intenciones. Porque aunque nadie la defiende, nadie la acaba de desmentir como pura superchería. Y ya va siendo hora.
¿Hay que volver a insistir en que somos uno de los países con menos propiedad pública natural del mundo? Supongo que no.
¿Es preciso volver a evocar la dignísima, para mí emotiva, historia de la creación de Catálogo de Montes de Utilidad Pública, la primera política global de protección del medio natural en el planeta (por cierto), y lo que pasó, y para lo que sirvieron los millones de hectáreas que finalmente fueron desamortizadas? Estos días mucha gente lo ha recordado con la suficiente sencillez y humanidad como para no justificarse añadir ni una coma.
¿Procede que reitere el centenario marco legal de estos montes, y la lógica complejidad de todo punto, salvo atropello, para descatalogar algo que es patrimonio común por su utilidad pública? Ya está dicho y bien dicho.
¿Es necesario hacer números y demostrar que el beneficio sería escaso y no precisamente repartido, que las ganancias apenas resolverían nada al vendedor, y que el balance a futuro tomaría tintes bastante catastróficos? Sería repetir algo ya escuchado.
¿Hay que insistir en que el tema jurídicamente es vidrioso y discutible, y probablemente iniciar el proceso abra vía a una serie de espesos recursos contenciosos, y procesos judiciales en cascada poco adecuados en los tiempos que corren? No, podría dar lugar a interpretaciones no deseadas.
¿Merece la pena insistir en que este concepto, y la comprensión de su alcance por la sociedad española ha superado dos republicas, dos restauraciones monárquicas, tres guerras civiles, unos cuantos pronunciamientos militares, y una dictadura, todo ello de todos los colores ideológicos imaginables sin que nadie se plantease quebrarlo? Creo que es obvio.
¿Es admisible que insista en el sarcasmo, poniendo un tinte populista y marrullero en todo ello, para apostillar que, ya puestos, también podemos vender Las Meninas en trocitos tamaño paño de cocina y algo sacaríamos? No me gustaría llevar la discusión a esa orilla tan embarrada.
Entonces….qué?
Resulta difícil encontrar más argumentos a todos los ya enunciados por personas, colectivos, e instituciones, en un derroche de intención digno de encomio. Todo ya está dicho y bien. Por eso creo que me voy a limitar a decir, simplemente que, en corto y en confianza, eso no puede ser. Que no es de recibo. Que pasa la línea roja. Que no es aceptable por el común de los ciudadanos. Que no tiene sentido. Y que es lamentable, sí, lamentable, que a estas alturas alguien llegue incluso a idearlo.
¿Qué puede tener en la cabeza alguien para que una cosa así se le llegue a ocurrir? Y es que es eso, lo que esté en la cabeza de los ideantes, eso en el fondo es lo que me angustia. Qué tiene alguien en la cabeza como para pensar que una propuesta así puede encontrar acomodo y aceptación en el común de la sociedad española. Hasta qué punto no está suficientemente arriostrada en algunos la esencia de que la protección del medio ambiente, la idea de que el disfrute del patrimonio natural es un derecho intergeneracional. Como alguien puede aún no entender que preservar cosas comunes, que a todos nos comprometen, forma parte de nuestra identidad y nuestro proyecto.
Los montes públicos también cimentan el sueño por una construcción común de país reflejada en nombres, paisajes, recuerdos, vidas, deseos, y ambiciones. Y me da miedo pensar que pueda estar engañado, y que todo eso, que creo tiene que formar parte del ADN intangible y común de las gentes de esta tierra, en realidad, no lo esté.
Si alguien propone vender el Acueducto de Segovia pieza a pieza le consideraríamos simplemente un loco, por no decir un delincuente. Tal vez ocuparía alguna línea en el apartado de la demencia individual, pero nadie, nadie, se lo podría tomar en serio…. La sorpresa estallaría si alguien consciente y equilibrado lo llegara a plantear. Ante eso nos quedaríamos atónitos. Pues así estoy, atónito. Y quiero pensar que no soy el único. Me gustaría pensar que todos estamos así.
Me alarma este intencionado descrédito por lo público. Me alarma esa visión absurda de que solo lo privado es presentable y sirve. Y me alarma, en particular, si hablamos de medio natural, de montes, de naturaleza. Porque más allá del respeto a la propiedad privada y sus capacidades, la construcción de un territorio vivible, ambiental digno, solidario y sostenible en el tiempo no es posible sin una base territorial pública donde proyectar políticas e intenciones.
Y no quiero confundir este debate con el debate de la externalización de servicios, con permitir que los aprovechamientos se realicen por terceras empresas, o que la visión empresarial se incorpore, en términos de beneficio sostenible, a la gestión del patrimonio común. No estoy hablando de eso. Estoy hablando de mi derecho ciudadano, reconocido en la Constitución por cierto, para sentirme inmaterialmente comprometido en la responsabilidad de una parte del horizonte. Estoy hablando de la exigencia colectiva de que los responsables públicos asuman el reto de la responsabilidad en el futuro de nuestros paisajes. El medio natural, los montes, deben estar en el mercado y en la visión económica, pero no son parte del mercado ni de la economía. Son la infraestructura natural básica sobre la que se asienta la forma de construir país.
No caigamos en la falsedad edulcorada. No confundamos la realidad con dejarnos llevar de las modas imperantes, ni abracemos, al menos del todo, a los nuevos becerros de oro. Cuando pienso en los bosques de mi vida, cuando pienso en la España interior y adusta de la que formo parte, todos mis recuerdos, que es como decir todos mis motivos, son montes públicos. He andado media Península Ibérica de monte público en monte público, y todos los ecos que resuenan en mis recuerdos, todas esas voces que acompasan lo que soy, lo que me ha construido, son montes públicos entendidos como tales desde hace más de 150 años. Ordesa, Irati, Cazorla, Soria, Muniellos, Gredos, Serranía de Cuenca, Sierra de Segura, Albarracín, Guadarrama,…. ¿Qué será de nuestra naturaleza si no somos capaces de apreciarla como un valor colectivo? Los paisajes existen, nosotros somos episodio pasajero, apenas una sombra efímera en el tiempo.
Ya está bien de dudas bien intencionadas. Ya está bien de palabras imprecisas siempre correctamente enlazadas. Ya está bien de modular, de no acabar de decir lo que pensamos. He sido un gestor de espacios públicos durante décadas, y estoy orgulloso de ello. Y creo que los ciudadanos, los de hoy y los de mañana, así lo quisieron. Hoy los gestionan otros, y tal vez, sin duda, apliquen otros criterios e incorporen otras maneras de hacer. Eso está bien; debe ser así. Nada de ello debiera cambiar si hay razones, que las hay, para que entendamos que esto, en resumen, forma parte del proyecto común de construir una convivencia digna. Porque en realidad, de eso se trata esta historia.
No pasa nada por no saber bien a dónde vamos, no pasa nada. Siempre que no olvidemos de dónde venimos y qué nos trajo hasta aquí.
1 comentarios realizados :
Gracias. Acierto y sensibilidad en partes iguales. Propongo el reparto de octavillas con estas reflexiones para remover conciencias dormidas o ausentes.
Publicar un comentario