A continuación transcribimos el artículo realizado por Ángel Roldán Martínez del Colegio de Ingenieros de Montes en Castilla-La Mancha, en la celebración del Día Internacional del Medio Ambiente
La mejora de la calidad de vida es una constante perseguida por cada persona, que en función de sus preferencias intenta lograr el máximo de su bienestar. Unas preferencias muy heterogéneas que se reducen al mínimo cuando la prioridad es disponer de aquellos servicios que son vitales para la supervivencia, queriendo además, acceder a estos de forma cada vez más rápida y segura: disfrutar de un estado de salud adecuado a través de gestos tan simples y cómodos como abrir el grifo de casa para obtener agua de calidad, salir a la calle y respirar en una atmósfera libre de contaminación, o comprar productos alimenticios sanos y económicamente asequibles.
Una calidad de vida básica que hoy día es un derecho de la población, más que un conjunto de preferencias o gustos, y que afortunadamente disfrutamos en nuestro país, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares del planeta. Un régimen de confort sostenido gracias a una fuente básica, el monte, que nos lo proporciona aunque quizá no lo identifiquemos de forma directa.
Gracias a la paradoja forestal, el aprovechamiento racional de los montes genera productos y servicios inagotables que generan mercado interior y empleo, a la vez que se mejora el propio monte, renovándolo, haciéndolo menos vulnerable a las adversidades. Mientras este aprovechamiento se realice de forma sostenible, los montes nos seguirán ofreciendo todo este confort, que además es renovable, y que dependerá de las políticas forestales diseñadas y ejecutadas por los gobiernos, así como de la responsabilidad en la gestión de estos terrenos por sus titulares.
En España, más de la mitad de la superficie está cubierta por monte, casi 28 millones de hectáreas, y alberga gran parte de los recursos naturales de la nación que son los que definen el nivel de su riqueza. A pesar de ello, muchísima de la esta superficie se encuentra sin gestión y sin aprovechamiento o infravalorada, lo que hace que cada día su valor económico y ecológico disminuya, produciéndose un empobrecimiento del país y elevando el riesgo de desaparición de los bosques. Estos montes representan la base estratégica para la generación de empleo local en aquellos medios rurales con menos oportunidades y donde el despoblamiento es un hecho hasta ahora imparable y que desorganiza la unidad del territorio y hace perder la historia y la vida de comarcas y provincias.
Durante los últimos veinte años el monte en España ha crecido más de un 2% anualmente, más de lo que lo hace como media en el resto de los países europeos, una buena noticia sin duda, ya es de los pocos lugares del mundo donde esto ocurre. El día 5 de junio es un buen día para celebrarlo con la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, un día que bien podría denominarse como Día Internacional de la Calidad de Vida o del Confort.
Una alegría que es más bien modesta y contenida, ya que el crecimiento en superficie de los montes en nuestro país ocurre, en estos momentos y en la mayor parte de los casos, por la colonización de las especies de matorral en aquellos terrenos agrícolas que se han abandonado y no por la voluntad de los gobiernos. Este crecimiento en superficie no es tan importante como lo es la conservación y mejora de calidad de los ecosistemas forestales maduros que son los que reportan grandes beneficios y que se consigue a base de inversión económica. Así, una alta calidad del bosque implica mayor biodiversidad, lo que permite que éste pueda realizar todas sus funciones de la forma más eficientemente posible, porque si no es así, el bosque no trabaja al 100 % de sus posibilidades, traduciéndose en menos agua depurada, menor CO2 absorbido de la atmósfera, suelos más erosionados o más contaminados y generación de productos forestales de peor calidad y en menor volumen. Una ineficiencia que tiene como consecuencia, en lo económico, la subida de multitud de precios básicos, como pueda ser el del agua; o de forma indirecta, el pago de indemnizaciones por riadas o aludes, o el coste de construir o reparar grandes infraestructuras por desprendimientos o corrimientos del terreno producidos al no existir bosque que retenga el suelo.
Aun conociendo los beneficios a todas las escalas del monte, éste se sigue destruyendo en muchas partes del mundo, y en España la política forestal en la mayor parte del territorio es más que tímida. Las existencias de los montes, principalmente madera y leña, se han duplicado en veinte años en algunas comunidades autónomas por la falta de aprovechamiento, ya que tan sólo se corta como media un 30 % de lo que crece. Alrededor del 60 % de la madera que se consume en nuestro país se compra a otros países. Consecuencia de ello y de otras circunstancias es la acumulación de biomasa en el bosque que lo prepara para que arda cada verano, cada vez con más intensidad y peligrosidad para la población.
En este escenario podríamos hacernos multitud de preguntas: Y si los montes representan la calidad de vida, que se puede mejorar cada vez que se aprovechan de forma sostenible y ello además produce un beneficio económico para propietarios por la comercialización de sus productos, a la vez que genera trabajo para la población y se evitan incendios forestales ¿Por qué cada vez hay más madera y leña que se acumula en el monte? ¿Por qué no se corta al menos la madera que crece cada año y se regeneran los recursos naturales, principalmente las masas más viejas? ¿Por qué no se genera trabajo para una larga cadena de intermediarios del sector forestal? ¿Por qué se sigue comprando gran parte de la madera a otros países? ¿Por qué se sigue gastando cantidades ingentes de dinero cada verano en la extinción de incendios forestales?
Preguntas que se suceden año tras año y aunque las respuestas son cada vez más complejas, son los gobiernos los que tienen las competencias para el diseño y ejecución de políticas forestales y de otros planes y programas que inciden en el sector, como el desarrollo rural, la agricultura o la energía, entre otros. Unas planificaciones que se diluyen con el paso de tiempo por la falta de inversión y de compromiso con la gestión forestal, y que no logran, como es lógico, descender el número de desempleados en el medio rural, evitar la despoblación de los territorios ligados al sector primario o renovar las masas forestales más viejas y débiles, en definitiva, aumentar la calidad de vida de todos. Una demanda de gestión e inversión forestal que en días como éste hacemos llegar a todos aquellos dirigentes que tienen en su mano cambiar el modelo productivo del país invirtiendo en infraestructura verde para generar riqueza con la que crear empleo estable y de calidad, la base para el desarrollo sostenible.
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