15 julio 2012

Por una política forestal real y efectiva


Luis Gil / Inés González Doncel.  Real Academia de Ingeniería. Universidad Politécnica De Madrid
Toca hablar de montes porque se han quemado 50.000 hectáreas en Valencia en apenas una semana. Y así llevamos años. Casi todos los veranos hay algún gran incendio y nos seguimos escandalizando por el desastre y, cuando hay muertos, por la tragedia. En la última década se recuerdan los de Extremadura en 2003, Riotinto (Huelva) en 2004, Guadalajara en 2005, Galicia en 2006, Canarias en 2007 o Aragón en 2009. Y en los últimos 20 años más de 120 personas fallecieron mientras participaban en la extinción de incendios forestales. El dos de julio fue la última. No hay ninguna comunidad autónoma que se vea libre de este problema porque todas tienen montes que pueden arder y personas que, por una negligencia en un mal día, los pueden quemar. Y cada vez hay más bosques y más personas que viven en su entorno pero ajenas a él, al que desconocen y no valoran hasta que se quema.

La prensa ha sugerido que la magnitud y alcance de los dos incendios de Valencia se deben al recorte presupuestario en medios de extinción lo que es contraproducente e injusto. Contraproducente porque exculpa a los que los ocasionaron e injusto porque parece hacer responsable a las administraciones cuando son las únicas que gastan dinero, poco o mucho, en la extinción. ¿Qué administración no ha visto reducido este año su presupuesto? Con toda probabilidad es, dentro del presupuesto forestal, la partida menos afectada por los recortes porque los responsables políticos saben que los incendios forestales son un evento que no pueden controlar, que es imprevisible. Lo denuncian todos los años los técnicos encargados de las labores de prevención y extinción, los que más conocen el problema. Porque saben que en España, para desgracia de nuestros montes y fortuna de nuestro turismo, en verano no llueve, hace calor y no es infrecuente que el viento que aviva el fuego sople con fuerza y dificulte actuar a los medios aéreos.

Por eso nuestros montes no necesitan más presupuesto en extinción, necesitan gestión, preparándolos para que sean más resistentes y limitadores de los grandes incendios. Y eso se consigue con su ordenación y aprovechamiento con lo que, además, obtendríamos productos forestales, recursos que consumimos todos los días del año pese a que más de la mitad los importamos porque sacarlos de nuestros montes no es rentable, salvo que se subvencionen, como a la biomasa. Es necesario hacer económicamente atractiva la reducción de combustible vegetal de nuestros montes. Sin embargo, poco se ayuda a la prevención primando más los cultivos energéticos que a la biomasa forestal procedente de clareos y podas. La solución tampoco es dar subvenciones a las zonas incendiadas que, ocurrido el desastre, son obligadas y necesarias para paliar daños y evitar la erosión o la propagación de plagas. El dinero debe llegar antes, no después, porque si no acabará siendo un motivo más para quemar.

Si hay algo que se debe subvencionar es la gestión activa, la generación de riqueza y puestos de trabajo, la competitividad. Debe haber una apuesta decidida por hacer política forestal real y efectiva que invierta en los montes españoles como recursos estratégicos del país. Y para ello es necesario que en el nuevo periodo de fondos europeos FEADER (2014-2020), ese dinero que tanto ha hecho por la agricultura y la ganadería españolas en los últimos años y tan poco por nuestros montes, otorgue mayor protagonismo a la gestión forestal. De acuerdo con la Unión de Selvicultores del Sur de Europa, en el periodo actual (2007-2013) la selvicultura apenas ha supuesto entre un 8% y un 10% del Desarrollo Rural que, a su vez, solo dispone de un 23% del presupuesto de la PAC; es decir, más del 50% del territorio español solo ha disfrutado de un 2% de los fondos destinados al medio rural.

No nos podemos acordar de los montes solo cuando arden. Es necesario invertir en ellos para que sean generadores de puestos de trabajo y porque su presencia es indispensable en nuestra vida, aún cuando muchos de sus recursos y funciones no tengan valor de mercado. Nuestro clima favorece la expansión del fuego por lo que será necesario mejorar los sistemas de detección temprana y las medidas de prevención en los cada vez más abundantes entornos urbanizados existentes en el seno de nuestras masas forestales. Las mejores medidas para prevenir los incendios forestales son, además de la gestión del territorio forestal, evitar que el foco de calor se inicie y la concienciación ciudadana -porque la gran mayoría de los incendios se producen por accidentes o por negligencias, en muchas ocasiones fruto de la irresponsabilidad. Debemos asumir que todos somos pirómanos potenciales.

Ha llegado el verano, y han vuelto a arder los montes, se tendrá que extraer la biomasa forestal. pero calcinada; hubiera sido mejor haberla aprovechado antes para convertirla en millones de kilowatios, tirados en tiempo de crisis por la ventana.

visto en:  lavozdigital.es

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